martes, 10 de febrero de 2015

DEATH-SUDOKU

Por mediación de alguien muy cercano tuve la oportunidad de revisar los registros de defunciones originales de cierto hospital habanero. No es una información confidencial, pero tampoco de muy fácil acceso.
Recuerdo que los releía una y otra vez, con algo de curiosidad morbosa. Llegado el momento, me sentí un poco incómodo con la idea de que yo también pedía terminar así: un nombre sin vida en un frío listado siendo leído por alguien con curiosidad morbosa.
En esos listados todo se reduce a la estadística funcional y acumulativa de datos: el nombre como criterio de identificación y un número de registro como etiqueta de acceso dentro del conjunto.
El sudoku es un juego de ingenio de origen japonés, cuyo nombre se traduce como “número solo”. Mientras se juega, se accede a una cierta organización de números, que en conjunto conforman la funcionalidad del juego. Su sentido es puro divertimento, y nada más. Yo, por ejemplo, suelo jugarlo en mi móvil para paliar el hastío, en las interminables colas y mientras espero la llegada de una guagua.
El modo de uso de los registros de defunciones y la funcionalidad del sudoku en un final son lo mismo: el acceso instrumental a números. Dentro de los listados las personas desaparecen, y en su lugar quedan los datos vacíos deshumanizados, números abstractos que apuntan a la nada; enfatizar en ellos mediante un sudoku les devuelve, temporalmente, la individualidad perdida.

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